La Imagen, de pasta de madera, está dorada y tiene el dorso plano. El manto está tallado con pliegues en sentido horizontal. Estaba destinada a ir yacente sobre los féretros de los ajusticiados y de los náufragos o desamparados, indicando con ello la protección que había dispensado a sus almas como abogada e intercesora. Su cabeza reposaba sobre un almohadón, por eso, cuando se expone erguida, inclina su cabeza y vuelve hacia nosotros sus bellos ojos llenos de misericordia para fijarse más en nuestras desgracias y necesidades.
Las azucenas y la rosa que lleva en la mano derecha son símbolo de su Purísima Concepción. María es la “llena de gracia”. Este es su nombre primero. La “Toda hermosura”, la “Toda santa”, la que como rosa entre espinas ha surgido sin pecado entre los pecadores, toda semejante a Jesús, su Hijo. Así le cantamos “la rosa perfumada, la mística açutcena…” Imagen testigo de la tradición concepcionista de Valencia y a la que se le dio el culto más solemne el día de la Inmaculada.
Entre los pliegues de su talla y bajo su manto están los Santos niños Inocentes, muertos por el Rey Herodes por causa de Nuestro Señor Jesucristo, como signo de protección sobre aquellos que sufren desde su inocencia: los enfermos mentales, los niños abandonados, los ultrajados y los que están en desamparo.
Madre del Redentor lleva en su brazo izquierdo al niño abrazado a la Cruz; permanece sensible a los sufrimientos de Jesús y, junto a la Cruz, recibe de labios de su Hijo la maternidad espiritual sobre todos los redimidos. Este pasaje del Evangelio de San Juan (19, 25-27) se proclama en su fiesta litúrgica.
Ella unida a Cristo por la humildad, el sufrimiento y las lágrimas en el Calvario, se constituye en Reina de los Mártires y se convierte en la consoladora de los afligidos, en el cobijo para los desvalidos.
Su figura, policromada en oro, aparece como “vestida de sol, aureolada de estrellas (Apocalipsis 12, 1-6) y coronada como Reina del cielo y de la tierra.
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