La Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén (en latín, Basilica Sanctae Crucis in Hierusalem; en italiano, Basilica di Santa Croce in Gerusalemme) es una de las principales siete iglesias de Roma, que los peregrinos tenían que visitar a pie en un día. Fue construida en el lugar donde se encontraban los palacios de Helena de Constantinopla, la madre de Constantino I el Grande
La iglesia contiene reliquias tradicionalmente ligadas a la Crucifixión de Jesús.
Entre estas se encuentran partes de la Vera Cruz, la cruz de uno de los dos ladrones, la esponja empapada en vinagre, la corona de espinas, clavos, y la inscripción del INRI. Estas reliquias, según la tradición, fueron traídas por santa Helena después de su viaje a Tierra Santa. Su autenticidad no es segura. Las reliquias se conservan en el santuario "de la Cruz", que se encuentra dentro de la sacristía de la basílica. Varios fragmentos más de la Cruz se conservan en iglesias de todo el mundo. De los cuatro clavos sagrados de la Crucifixión, los otros tres están, según la tradición, uno en la Corona de Hierro en Monza, uno suspendido sobre el altar mayor de la catedral de Milán y uno, de tradición más dudosa, en la catedral de Colle di Val d'Elsa, en la provincia de Siena.
En el interior de la iglesia se encuentra la capilla de Santa Elena, cuyo pavimento fue cubierto con tierra proveniente de Tierra Santa. Debido a esta circunstancia recibió la iglesia su nombre particular de Jerusalén.
Los peregrinos en la Edad Media consideraban a esta capilla no apta para el acceso a las mujeres, prohibición que también se aplicaba a la capilla del Sancta Sanctorum de los edificios de Letrán.
Durante un tiempo, en la capilla se conservaron tres paneles que constituían un retablo, ejecutado en 1601 por el pintor Peter Paul Rubens, recién llegado a Roma de Mantua. Hoy en día, las dos pinturas, que representan Santa Helena y la Vera-cruz y la Pasión de Cristo se encuentran en la catedral de Nuestra Señora de Grasse, Francia, mientras que se desconoce el paradero de la tercera.
En el ábside se encuentran unos frescos con las leyendas de la Vera Cruz, atribuidos recientemente a Antoniazzo Romano y Marco Palmesano. Especial atención merece también, el extraordinario mosaico realizado por Melozzo da Forli, que decora la bóveda de la capilla de Santa Elena. También cabe destacar el monumento funerario al cardenal español Francisco de Quiñones, realizado por Jacopo Sansovino en 1536, en elegante y sobrio estilo renacentista.
En una urna de basalto del altar mayor se conserva el cuerpo de San Cesáreo, diácono y mártir, y San Anastasio.
La reestructuración del siglo XVIII condujo a una renovación total del interior, que estaba decorado con tres pinturas de gran formato en la bóveda por el molfetés Corrado Giaquinto, uno de los artistas más celebrados de la época (1743).
Otro tesoro es un icono en mosaico del siglo XIV, hoy en el Museo de la Basílica, encargo del papa Gregorio I. Está rodeado por un marco de madera, muy grande, que deja poco espacio para el icono.
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