Entre tantos de los tesoros escondidos en Roma, podemos encontrar una reliquia muy particular en la iglesia de San Juan de’Fiorentini: los restos óseos del pie de la “gran convertida”, Santa Maria Magdalena.
En el año 886, el emperador bizantino León VI hace trasportar su cuerpo a Constantinopla. Años después, el rey de Jerusalén concede el cuerpo al rey de Francia, y al pasar por Roma, antes de llegar el cuerpo a su destino, le fue retirado el primer pie que entró en el sepulcro donde Cristo había resucitado, el cual fue dispuesto en una capilla en la entrada del Puente Sant’Angelo. De esta forma, el pie era la última reliquia que los peregrinos debían visitar antes de llegar a la tumba del Apóstol Pedro. Luego con el tiempo, esta reliquia, custodiada en un elegante relicario de plata, fue olvidada, hasta que en el año 2012 fue trasladada en una solemne procesión a la basílica de San Juan Bautista de’Fiorentin.
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