Realizado durante la segunda mitad del siglo XI, el cáliz es un objeto litúrgico de capital importancia en la consagración del vino, que se convierte para los cristianos en la Sangre del Señor. Localizado en la Colegiata de San Isidoro de León, la aparición de las piezas de ónix de tipología romana se sitúa en la época del Fernando I “el Grande” (1016-1065), Rey de León y uno de los monarcas cristianos más influyentes del momento en Europa y en la recuperación del territorio peninsular al cristianismo. A su muerte, junto con la división de su reino entre los hijos, llegan los elementos pétreos a manos de su primogénita, doña Urraca (1033-1101), convertida en señora de Zamora y dómina del Infantado de León, encargada de la preservación de los monasterios pertenecientes a la corona. Es en este momento cuando, tras la donación de las joyas personales de doña Urraca, se montan los dos cuencos de ónix de época romana a modo de relicario conformando un cáliz. En la parte superior se superpone al original un cuenco de oro con decoración exterior a base de ricos cabujones y filigranas. Esta riqueza es desarrollada en el nudo que une la base con la copa, donde se incorporan cruces sobre fondo de esmalte verde.
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