Acertados son los elogios que el historiador de la Orden, Francisco de Santa María (Pulgar), hace sobre Caravaca en 1654: «por su antigüedad, nobleza y por la milagrosa cruz que llaman de Caravaca». Efectivamente, los y las Carmelitas, el S. Juan de la Cruz y la Stma. Cruz son realidades inseparables en la historia de Caravaca. Fue el mismo Santo quien la visitó al menos siete veces, «que estuvo algunos días despacio y fundó el convento de frailes descalzos de la dicha Orden en esta villa» (Ana de San Alberto en los Procesos de Beatificación). Entre las Carmelitas Descalzas de Caravaca, tenía el Santo algunas de sus hijas espirituales, como Ana de San Alberto, a la sazón priora de la Comunidad. Las monjas echaban de menos la asistencia espiritual de sus hermanos de hábito; y fue precisamente en la iglesia de las Carmelitas, mientras fray Juan celebraba la Eucaristía, cuando tuvo la convicción de que era voluntad de Dios la fundación de frailes en la villa. Él mismo animó a la priora a promover y preparar la fundación. Y, por su parte, presentó la propuesta a los superiores mayores: la Junta de 1 de septiembre de 1586 la aprobó, ordenando al P. Nicolás Doria, Vicario General, su ejecución. Como éste no pudo realizarla se le encomendó a Fr. Juan de la Cruz. Se superaron varias dificultades legales, ya que Caravaca pertenecía a la encomienda de Santiago, y Felipe II otorgó su licencia el 16 de mayo de 1586. El 16 de diciembre llegaron los carmelitas con Diego de la Concepción y dos días después se tomó posesión de la casa. El 1 de marzo de 1587 fray Juan puso el Santísimo Sacramento en el lugar definitivo que adecuaron con la ayuda de la gente del pueblo. Fue primer prior Cristóbal de San Alberto, amigo y admirador del Santo. La iglesia se terminó en 1635, poniendo el Santísimo Sacramento el 3 de junio.
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