Estamos en una rotonda o un enorme área circular en cuyo centro, flanqueado por las columnas, está la inmensa estructura que guarda el lugar sagrado que descubrió Santa Elena en su peregrinaje, un hueco horadado en la roca tapado con una gran piedra propiedad del rico judío seguidor de Jesús del que vimos antes su sepultura, José de Arimatea.
Este tabernáculo rectangular de 8×6 metros sustituye los antiguos edículos del emperador Constantino en el S.XI y el de 1808, y guarda en su interior la tumba de Jesús que se lleva adorando desde hace ya miles de años. “La posterior época romana a la construcción del Segundo Templo, que tanto peso tiene en las creencias cristianas, apenas tuvo influencia en sus inicios en Jerusalén en época de Herodes, pero a su muerte y tras la revuelta judía del 66 d.C. la toma de la ciudad por Tito acabaría con la segunda destrucción del Templo y lo más importante, la posterior diáspora judía entre el 132 y 135.
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