En 1597, un anónimo penitente arrepentido, posiblemente de origen morisco, tras confesar su robo, entregó al padre jesuita Juan Juárez un papel en el que venían envueltas 24 Formas Consagradas. Juárez, temeroso de que estuvieran envenenadas, las guardó en un lugar húmedo para que se corrompiesen. Pero pasado un tiempo las Formas seguían frescas, por lo que decidió, tras consultar al superior del Colegio Máximo de jesuitas, ponerlas en un lugar aún más húmedo junto con otras formas no consagradas. Meses después, las consagradas seguían tal cual mientras que las otras estaban descompuestas.
En 1608, visitó el Colegio Máximo el Provincial de la Orden en Toledo para comprobar el milagro, trasladando las Formas al altar mayor de la iglesia. Una junta de doctores de la Universidad trató el tema y tras sus conclusiones fue ratificado el milagro en 1619. Desde 1624, estuvieron en una valiosa custodia de plata, donación del Arzobispo de Santiago, Agustín Espínola, que era sacada en procesión todos los años el quinto domingo después de Resurrección y que constituía una de las más arraigadas y multitudinarias tradiciones alcalaínas.
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