Aunque nadie controla la entrada principal de la basílica, desde hace siglos dos familias árabes ostentan el privilegio de abrir y cerrar la puerta del edificio. Saladino otorgó esta responsabilidad a la familia musulmana Nuseibeh y siglos después los otomanos confiaron la custodia de las llaves del Santo Sepulcro a la familia Al-Goudia Judeh. Sus descendientes son los que tienen en la actualidad el privilegio de la custodia de la puerta de la basílica, que se abre según los horarios de las tres comunidades principales del templo: latinos, griegos y armenios. Todos ellos cumplen la misma ceremonia cada mañana y cada tarde, transmitida de generación en generación. Para abrirla el guardián golpea la puerta con sus nudillos y un monje hace pasar una escalera de mano a través de un ventanuco que permite abrir un cerrojo situado en lo más alto de la puerta. Con una pequeña presión el acceso queda libre. Lo primero que se ve al entrar a la iglesia son los bancos de la entrada que utilizan habitualmente los «porteros musulmanes», a los que se puede observar en algunos momentos del día, siempre sentados en estos modestos aposentos.
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