De época medieval, los orígenes de San Bernardino alle Ossa data del año 1127, cuando se construye en ese lugar un hospital para leprosos y, junto a él, un pequeño cementerio que en poco menos de 100 años se quedó sin lugar para los difuntos. Para solucionar el problema, se decidió construir un depósito para alojar los huesos, un osario. Con el paso del tiempo se levanta allí una pequeña iglesia bautizada como Maria Addolorata ed ai santi Ambrogio e Sebastiano.
La parroquia fue construida por los monjes Disciplini, una cofradía que practicaba la autoflagelación mientras los fieles decían sus oraciones, muy conocidos en aquellas épocas por ir vestidos con una bata abierta en la espalda, para que puedan verse las cicatrices, y una capucha que sólo dejaba ver sus ojos.
A quién pertenecían estos huesos no se sabe a ciencia cierta: algunos historiadores piensan que podría tratarse de mártires cristianos muertos en batalla durante las Cruzadas, entrados los años mil; para otros se trata de milaneses asesinados por los godos, en los alrededores del 539 d.C.
Entre todo este contexto de terror, un detalle nos devuelve la esperanza: el techo. Un hermoso fresco realizado por Sebastiano Ricci, el artista encargado de llevar a Milán la pintura véneta barroca. Con el nombre Triunfo de las almas en un vuelo de ángeles, la pintura nos habla de las almas ascendiendo al paraíso y otorga un poco de color a la oscura habitación.
Completan la sala un pequeño altar con la estatua de Nuestra Señora Dolorosa de Soledad (Santa María de los Dolores), vestida con una bata blanca y un manto negro que recuerda la vestimenta folclórica española. Efectivamente, la estatua fue colocada a mediados del siglo XVII durante la dominación de los aragoneses en la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario