En 1194, doce emprendedores frailes abandonaron Poblet camino de su nuevo destino. En 1218, las obras del nuevo monasterio estaban suficientemente avanzadas para que los monjes se instalaran oficialmente en él. Su poder, no obstante, era aún escaso. La joven congregación necesitaba incrementar el carisma del cenobio. La oportunidad surgió en 1380, gracias al descreído párroco del cercano pueblo de Cimballa. Este oficiaba una misa con más aburrimiento que fe, insensible al misterio de la Eucaristía. Ante los perplejos ojos del sacerdote y de sus feligreses, la hostia se transustanció en carne, y el vino, en auténtica sangre. El prodigio corrió como la pólvora, se popularizó como el Milagro de la Santa Duda. El futuro rey Martín I de Aragón donó la reliquia a Piedra en 1390, y el monasterio prosperó gracias a la devoción alimentada por su nuevo tesoro.
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