El virrey Francisco de Toledo otorga la licencia necesaria para la fundación del tan deseado monasterio que solicitaba la ciudadanía. Doña María de Guzmán, viuda de Diego Hernández de Mendoza, decide recluirse en el monasterio en construcción, cediendo para ello todos sus bienes. El 10 de septiembre de 1579 se realiza la memoria de la fundación del monasterio firmada por el Cabildo, regimiento de la ciudad y el obispado del Cusco, nombrando a María de Guzmán como la “Primera pobladora y priora de dicho Monasterio”. El 2 de octubre de 1580 se realiza una misa mayor en la ciudad para que desde ese día se tomaran los hábitos.
Las mujeres que ingresaron como monjas al monasterio fueron criollas, mestizas pertenecientes a familias adineradas. La historia cuenta del ingreso de las denominadas “monjas pobres” que sin tener dinero para pagar una dote, ingresaban a ejercitar sus virtudes. Se sabe que, a mediados del siglo XVIII, la ciudadela contaba con más de 300 mujeres de hábito y doncellas de servicio.
El 13 de junio de 1747, un grupo de cuatro religiosas del Monasterio de Santa Catalina, se trasladó al recién construido Monasterio de Santa Rosa, ubicado en la esquina de la calles San Pedro y Santa Rosa, para fundar una nueva comunidad religiosa, que sigue allí hasta la actualidad.
El Convento de Santa Catalina se envolvió en un velo de misterio y silencio hasta 1970, en que una parte grande del convento abrió sus puertas al público. Las religiosas permitieron que una empresa privada lo administrara. Todavía viven monjas en el área norte del complejo.
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