La imagen románica era de madera policromada, de 0,83 cm de altura, de expresión altamente estática y rústica. La Virgen, entronada, sentada en actitud hierática, llevaba una corona de cinco flores sobre la cabeza y un velo blanco bajo la corona, con bordes adornados. En el pequeño respaldo posterior, siguiendo el canon de las tallas románicas de la época, había una cavidad destinada seguramente a la custodia de reliquias u otras piezas. La Madre iba vestida con una túnica de color rojo, decorada con flores y estrellas, y un manto azul que dejaba a la vista sus manos. La mano derecha resaltaba dentro del conjunto ya que tenía unas proporciones muy grandes en relación al resto del cuerpo, acentuando el gesto de bendición y acogimiento de la Madre para los hijos. Imágenes de esta época, con esta característica concreta, eran denominadas ‘Vírgenes de la mano larga’. La mano izquierda sostenía al niño Jesús, sentado y sin corona. Éste, también levantaba la mano derecha en actitud de bendecir y con la izquierda, sostenía un libro pegado al pecho.
La Madre llevaba unos grandes zapatos, parecidos a unos zuecos que usaban las campesinas de montaña de otros tiempos, mientras que el niño estaba descalzo.
La imagen que en la actualidad se venera en la iglesia del nuevo santuario es una fiel reproducción de aquella desaparecida, obra del artista andorrano Jaume Rossa. De hecho, la gran devoción que ha existido siempre por esta imagen desde la época medieval en los valles andorranos, ha llevado a que diversos autores realizaran varias copias a lo largo del tiempo, muchas de las cuales se pueden seguir apreciando hoy en día.
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