El Beato Simón nace en Lipnica Murowana, en la Polonia meridional, entre los años 1435-1440. Sus padres, Gregorio y Ana, supieron darle una sana educación, inspirada en los valores de la fe cristiana y, a pesar de su modesta condición, se preocuparon de asegurarle una adecuada formación cultural. Simón crece con un carácter piadoso y responsable, una natural predisposición a la oración y un tierno amor a la Madre de Dios.
En 1454, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellonica. En ese tiempo san Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación, atrayendo a la vocación franciscana un denso grupo de jóvenes generosos . El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano había fundado también, en Cracovia, el primer convento de la Observancia, con el nombre de ‘San Bernardino de Siena’, recientemente canonizado. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo ‘bernardinos’.
En 1457, el joven Simón, fascinado también por el ideal franciscano, prefirió adquirir la perla preciosa del Evangelio, interrumpiendo una rica sucesión de acontecimientos. Pide, pues, ser recibido, con otros diez compañeros de estudios, en el convento de Stradom.
Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóforo de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida, Simón recorre con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, alcanzando el sacerdocio hacia el 1460. Ejerció su primer ministerio en el convento de Tarnów, donde fue Guardián de la fraternidad. En seguida, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura.
Como san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano, Fr. Simón difunde la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. En 1463, primero entre los Frailes Menores, ocupó el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica las fuentes antiguas le dieron el título de ‘Predicador ferventísimo’.
Deseoso de rendir homenaje a san Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, el 17 de mayo de 1472, junto a los otros frailes polacos, llega a Aquitania para participar en la solemne traslación del santo al nuevo templo erigido en su honor. Fue de nuevo a Italia en 1478, con motivo del Capítulo general en Pavía. En esa ocasión pudo satisfacer un deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió dicha experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar su sangre por la salvación de las almas, si así agradaba a Dios. Imitador de San Francisco en su amor por los Santos Lugares , ante la posibilidad de ser capturado por los infieles, antes de reemprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden ‘para tenerla siempre delante de los ojos de la mente’.
El amor de Simón por los hermanos se manifestó de manera extraordinaria en el último año de su vida, cuando una epidemia de peste devastó Cracovia. De julio de 1482 al 6 de junio de 1483 la ciudad estuvo bajo el azote de la enfermedad. En la desolación general, los franciscanos del convento de San Bernardino, se prodigaron incansablemente en el cuidado de los enfermos, cual verdaderos ángeles consoladores.
Fr. Simón tomó aquello como un ‘tiempo propicio’ para ejercer la caridad y para llevar a cabo la entrega de la propia vida. Por todas partes pasó confortando, prestando ayuda, administrando los sacramentos y anunciando la consoladora Palabra de Dios a los moribundos. Pronto se contagió. Soportó con extraordinaria paciencia los sufrimientos de la enfermedad y, próximo a la muerte, expresó el deseo de ser sepultado al umbral de la iglesia, para que todos pudieran pisarlo. El sexto día de enfermedad, el 18 de julio de 1482, sin temor a la muerte y con los ojos fijos en la Cruz, entrega su alma a Dios.
El culto ‘inmemorial’ dado al Beato Simón ha pasado a la historia de la santidad seráfica con el título de ‘Salutis omnium sitibundus’.
La causa de su canonización, reemprendida por el Santo Padre Pío XII, el 25 de junio de 1948, llega hoy a feliz término, después del reconocimiento de la curación prodigiosa ocurrida en Cracovia en 1943 y atribuida a la intercesión del Beato Simón, con el Decreto del Santo Padre Benedicto XVI del 16 de diciembre de 2006.
San Simón de Lipnica supo combinar admirablemente el compromiso de la evangelización y el testimonio de la caridad, que brota de su gran amor a la Palabra de Dios y a los hermanos más pobres y que más sufren. La Orden de Frailes Menores, en vísperas de celebrar el VIII Centenario de la aprobación de la Regla (1209-2009), ve en él un auténtico testimonio de la pobreza, de la minoridad y de la simplicidad, además del gozo de pertenecer totalmente al Señor y de ser, al mimo tiempo, un don para la vida de los hermanos.
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